Hace años, hablar de #RFID era hablar de “control de inventario”. Un proyecto bonito para presentar en una feria o en una reunión de innovación. Pero en 2025, la conversación cambió de lado: ya no se trata de cuántas etiquetas puedes leer por minuto, sino de cuánto dinero pierdes por no leerlas.

Las compañías españolas que gestionan miles de productos, pallets o contenedores al día han empezado a entender que la trazabilidad dejó de ser un simple mapa de movimientos para convertirse en un instrumento financiero que mejora los márgenes operativos. Cada ubicación mal registrada, cada activo perdido, cada inventario incorrecto son un coste directo en tiempo, recursos y rentabilidad.

Cuando hablo con directores de operaciones o responsables logísticos, percibo un punto común: buscan tecnologías que no solo les indiquen dónde se encuentran sus productos, sino que les aporten control, fiabilidad y velocidad en una logística cada vez más caótica y global. Aquí es donde el #RFID vuelve a escena, no como una “etiqueta inteligente”, sino como una palanca de eficiencia para recuperar dinero, reducir errores y acelerar la toma de decisiones. En otras palabras: RFID dejó de ser un gasto para convertirse en un ROI.

Cuando miro hacia atrás y pienso en mis primeras conversaciones sobre RFID, recuerdo que todas empezaban igual: “Gerardo, esto suena bien… pero es caro.”Era el punto de partida.

Un lujo tecnológico reservado para gigantes del retail o para multinacionales con presupuestos infinitos. Y lo entiendo: cuando un director financiero escucha “software + hardware + integración”, la mandíbula se tensa por inercia.

Pero la realidad que veo cada mes en centros logísticos y en plantas industriales es otra. Empresas en las que el número de proveedores y pedidos crece exponencialmente, pero los recursos operativos siguen siendo los mismos. Donde la mano de obra cualificada escasea, las rotaciones son altísimas y la documentación (órdenes de compra, albaranes, cartas de porte, facturas) se multiplica. En esa presión diaria es donde uno comprende que lo caro no es el RFID. Lo peor es no saber dónde están tus cosas.

• Lo caro es un inventario que tarda semanas en cerrarse cuando podrías hacerlo en minutos.
• Lo caro es perder un pallet crítico en plena operativa, cuando podrías saber en tiempo real si la carga o la descarga fue correcta.
• Lo caro es parar la producción porque nadie encuentra un activo que “se supone que estaba ahí”, cuando el consumo de materiales debería conectarse automáticamente con tus almacenes.

Este es el punto en el que los clientes ponen los números reales encima de la mesa. Se hace la única pregunta que importa:

¿De verdad compensa seguir asumiendo errores, tiempos muertos, sobrecostes, reprocesos y pedidos urgentes… por no adoptar RFID?

Y se dan cuenta de que el verdadero gasto no está en la etiqueta RFID, sino en la falta de visión en un mercado logístico hipercompetitivo.

Por eso hoy hablo de RFID de otra manera. Porque lo he visto una y otra vez: cuando una empresa deja de pensar en RFID como “proyecto tecnológico” y empieza a verlo como método de ahorro operacional, la conversación se vuelve más directa, más pragmática. Ya no preguntan “¿cuánto cuesta una etiqueta?” Sino: “¿cuánto me cuesta no tenerla?”

Y en ese momento la tecnología deja de ser un gasto. Se convierte en una inversión que devuelve dinero día tras día, con precisión, eficiencia y decisiones rápidas. Un cambio semántico, sí… pero también un cambio cultural, financiero y operativo que marca la diferencia entre un almacén que reacciona y otro que anticipa.